viernes, 18 de noviembre de 2016

Metapintura. Un viaje... ¿a dónde?

Un viaje a la idea del arte. Así es como vende el Museo del Prado su actual gran exposición en el Edificio Jerónimos, que se podrá visitar hasta el 19 de febrero. Sin embargo, no son pocos los que consideran que el título de Metapintura únicamente hace referencia al cuadro "Huyendo de la crítica" (1874) de Pere Borrell, presente en la exposición.



Pero efectivamente poco más puede explicar el título de la exposición. Y es que de las 137 obras que reúne esta muestra, solamente 22 provienen de otras instituciones, como la National Gallery de Londres o el Museo de Bellas Artes de Sevilla. 115 son del propio Museo del Prado, lo que ha hecho que varias personas la vean como una excusa del museo para mostrar su propia colección. No obstante, el recorrido es interesante. El viaje (a nadie sabe muy bien dónde) se inicia con la relación entre el arte y la religión/mitología, con dos lienzos representando la Santa Faz (los del Greco y Zurbarán, concretamente). Se intenta así representar (supuestamente) que Jesús fue el primer hombre que se autorretrató. Aunque no estoy en absoluto de acuerdo con esa interpretación, que me parece bastante cogida por los pelos, es una buena excusa para enseñar dos lienzos maravillosos que normalmente están en los Archivos, acompañados de uno más titulado "Cristo crucificado contemplado por un pintor" (1650), también de Zurbarán.

 

Es en este apartado de religión/mitología donde se quiere ver el nacimiento de la actividad artística, el servicio que presta el pintor a las potencias divinas. Eso explica que haya tantos cuadros y representaciones de San Lucas. Y es que del evangelista, que fue médico, a partir de la Edad Media se difundió la idea de que también era pintor, adjudicándole la realización de al menos un retrato de la Virgen. Tanto caló esta idea que actualmente Lucas es el patrón de los pintores. Y es así como lo representa Francisco Ribalta en un lienzo de 1627, donde el santo aparece en una actitud demasiado profana para la época. Las facciones del evangelista están tan trabajadas y detalladas que la interpretación general es que se trata de una persona real. Aunque son muchos los que hablan de Miguel Ángel, lo más plausible (debido a lo que era tendencia en la época) es que el rostro del evangelista sea un autorretrato del propio Ribalta. Aquí, su "San Lucas".


La mitología (que en aquella época y aún hoy se consideraba separada de la religión) y la historia greco-romana tienen también cabida en esta exposición. En una sala titulada Los orígenes: la mitología podemos apreciar numerosos episodios relacionados con la génesis de las artes, como el mito de Narciso (que "creó" la "pintura" al contemplar su reflejo en una fuente) o el de Prometeo (que robó el fuego a los dioses para moldear la escultura que daría lugar al hombre). Todo esto se hacía para demostrar que el arte de la pintura y la escultura eran "actividades queridas por la Divinidad". Pero una de las piezas más llamativas e interesantes de esta sala es un grabado de Goya titulado "Dédalo viendo caer a su hijo Ícaro" (1828).


Dédalo, el gran inventor, el Da Vinci de la Antigüedad y arquitecto del Laberinto de Creta; es uno de los patronos de las artes, algo que muestra la estrecha relación entre ciencia y arte. El mito de Dédalo sirve de aviso para aquellos que, tan seguros de su arte y de sus capacidades, vuelan demasiado cerca del sol. Cuanto más arriba se sube, más dura será la caída. En el caso de Ícaro, hijo de Dédalo, esta lección le costó la vida.

Y a partir de aquí se da un salto enorme. Aunque por cuestiones de, dicen, "organización topográfica" no se encuentra al inicio de la exposición, la sección El Quijote y Las Meninas (1656) debería estar simbólicamente al inicio de la muestra. En la sala se muestran dos primeras ediciones de las dos partes de la obra de Cervantes, que celebra este 2016 su V Centenario, y una reproducción de la pintura de Velázquez de una fotografía del siglo XIX, ya que la obra original permanecerá en la Sala 12, el lugar que le corresponde como "corazón del museo". Al Quijote y a "Las Meninas" les unen varias cosas, primero, su condición de obras fundamentales de la historia de la cultura occidental, pero también les une su carácter autorreflexivo. El Quijote es una novela sobre la novela, en la que continuamente Cervantes hace alusión a la propia novela; en la segunda parte Don Quijote y Sancho toman conciencia de que ya son personajes casi literarios y hay muchas alusiones en lo que respecta a la técnica narrativa. Por su parte "Las Meninas", entre otras muchas cosas, es una pintura sobre la pintura. Velázquez no sólo se autorretrata en ella sino que además reflexiona sobre la posición del arte en la Corte y sobre su propia posición en ella. Pero el nacimiento de la pintura es muy anterior al Siglo de Oro español. Por eso en la exposición encontramos varias referencias al mito de este nacimiento. Y es que en una enciclopedia escrita por el erudito, militar y procurador romano Plinio el Viejo antes del año 77 de nuestra era, se describe el origen de la pintura en la sombra, ante la ausencia de algo se intenta sustituir ese algo por su representación. La pintura nació cuando se comenzó a bordear el contorno de la sombra humana. Y de nuevo una historia, un relato: la hija de un alfarero estaba enamorada de un joven que tiene que partir en un largo viaje. Y es ella la que dibuja el contorno de la sombra que su amado proyecta en la pared, para quedarse con una parte de él. El mismo mito, aunque libremente tratado, aparece en el cuadro que Matías de Arteaga pintó en 1665 titulado "El origen de la pintura".



También encuentran su lugar aquí las artes decorativas. Concretamente una jarra de cristal, sacada de la sala del Tesoro del Delfín justo para esta exposición. En el asa de esta lujosa jarra aparecen representados dos personajes genialmente relacionados: una sirena y Narciso. La primera, como divinidad menor de las aguas. Y Narciso, que se asoma al interior de la jarra para reflejarse en el líquido, simboliza al artista buscando la belleza en el arte... pero también su perdición.

   

Evidentemente, la religión tiene un gran peso. No solamente al comienzo del desarrollo del arte, sino también en la continuidad. Se intenta demostrar continuamente que el arte es bendecido por la divinidad. Y por eso encontramos piezas como esta "Santo Domingo en Soriano" pintado por Juan Bautista Maíno en 1629 y que ilustra una de las leyendas de Santo Domingo. De acuerdo a la tradición, los monjes dominicos de un convento en Soriano Calabro en Italia estaban apenados porque sólo tenían una representación de su padre fundador y era de muy mala calidad. Así que se produjo el milagro: la Virgen María en persona, acompañada de Santa María Magdalena y Santa Catalina de Siena se aparecieron a uno de los hermanos del convento con un lienzo de Santo Domingo pintado en el Cielo. Ésto es lo que representa Maíno.


Pero no todo es italiano o español. Los Países Bajos también tuvieron mucho que aportar a la evolución de la pintura, sobre todo a la hora de sintetizar las artes plásticas (pintura, escultura, arquitectura). Por eso, en esta tabla de un anónimo flamenco, vemos la escena principal del Calvario acompañada de un arco de tracería gótica en el que se representan las escenas de la Pasión, de forma tan similar que ambos forman un todo y no se sabe a ciencia cierta dónde empieza uno y termina otro.


"Las hilanderas" (1660) de Velázquez son las protagonistas de la sección Arte infinito, una obra que es una pintura sobre la pintura y en la que Palas y Aracne discuten ante un tapiz con el Rapto de Europa de Tiziano, el maestro más admirado por el pintor sevillano. Rubens, cuando estuvo en Madrid, también copió este cuadro de Tiziano en "El Rapto de Europa" (1629), y ahora ambas obras pueden contemplarse juntas, en una sala en la que, desde el fondo, mira atentamente el propio Tiziano en su "Autorretrato" (1562) en la sección Historia y tradición: Tiziano.

   

Una exposición sobre el propio Prado es impensable sin la presencia de Francisco de Goya, quien, además de tener obras repartidas por distintas secciones, protagoniza la titulada Goya y la crisis de la imagen religiosa, que refleja la actitud distanciada que tomaron los artistas con respecto a la religión a finales del siglo XVIII, como es el caso de la estampa Esta no lo es menos

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Con la sección El final de este viaje termina la muestra Metapintura dando el protagonismo a la creación del Museo del Prado en 1819 en Madrid, a la vez que se creaban estas instituciones en otras partes de Europa gracias al impulso dado por la Revolución Francesa. Con la creación de los museos cambia radicalmente la relación entre los artistas, el arte y su público. Un museo significa la entronización de la idea del arte y de la historia dentro de la nación, de la sociedad e incluso del paisaje urbano. En el caso del Prado, cuando en 1819 el Edificio Villanueva se ocupa con pinturas, en Madrid sólo existía un edificio más imponente, que era el Palacio Real, por lo que el hecho de dedicar una construcción de este tipo a exponer pintura, a la historia del arte, ya nos está hablando del estatus que alcanzó en esa época la propia pintura como objeto de prestigio y de orgullo colectivo. Y esto marcaría un antes y un después entre el arte, los artistas y la sociedad.

Y esa idea del museo como "templo de las artes" instaurada hace dos siglos goza ya de cimientos asentados en nuestro día a día, en el que museos e historia del arte forman parte de nuestro horizonte cotidiano, ya consagrado como elemento de prestigio en las sociedades. Hasta el punto de que el museo se permite jugar consigo mismo y hacer de una exposición un espejo donde él mismo se refleja. Como Narciso.

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lunes, 14 de noviembre de 2016

El arte de Clara Peeters

Ese es el nombre que recibe la actual exposición del Museo del Prado. La primera exposición monográfica de una mujer en la historia del museo. Esta artista, tan revelante como enigmática (por la poca información que disponemos de ella) se especializó en pintar bodegones de estilo realista que, dentro del contexto artístico de Amberes, dominado por el idealismo de Rubens, suponía una novedosa alternativa. Varios cuadros de Peeters incluyen diminutos autorretratos reflejados sobre diferentes objetos, y muchos de sus lienzos llevan firmas muy visibles. Es probable que este deseo de reconocimiento refleje el orgullo de Peeters no sólo por ser pintora, sino por ser mujer pintora.

  

Hasta el 19 de febrero se podrá admirar esta exposición en la sala D. El hecho de pintar bodegones, naturalezas muertas (que sabe Dios que no son mi temática favorita) fue su forma particular de hacer frente a las limitaciones que suponía no poder pintar modelos desnudos, normalmente masculinos, a los que las mujeres, por aquel entonces, no tenían acceso. "Estamos - dice Alejandro Vergara, comisario de la exposición - ante un género que, si bien en la época se consideraba de menor entidad, desde hace 150 años es de importancia." Cuando comenzó a trabajarlo, en la primera década del siglo XVII, sólo unas cuantas obras de este tipo formaban parte de las colecciones de los Países Bajos y el realismo se ofrecía como una alternativa al idealismo de la tradición renacentista.

  

Los lienzos, procedentes de colecciones privadas, instituciones del norte de Europa, Inglaterra, Estados Unidos y del propio Museo del Prado, descubren los gustos y costumbres de las clases más prósperas, lo que puede observarse a través de los objetos asociados a la riqueza y a la cultura: dulces, vinos, frutas y pescado. Muestra así un interés por la representación de animales y plantas que se habría desarrollado como consecuencia de la investigación científica. "Clara forma parte de las generaciones que pintaban las cosas que tenían que pintar", añade Vergara, quien describe su obra como "un cuadro de lo que vemos". Además, las naturalezas muertas de su obra alude a la cetrería, una modalidad de caza asociada a la realeza y a la aristocracia desde la Edad Media. Mostraba, así, una especie de jerarquía social para manetner los privilegios de los aristócratas.

 

Peeters, además (como hemos dicho) incluyó con frecuencia imágenes de su propio rostro como medio de autoafirmación. "Fue una de las primeras en hacerlo", comenta Sven Gatz, ministro de cultura, deportes y juventud de Flandes. Estos retratos, apenas visibles, aparecen al menos en ocho de sus obras, de las cuales seis se pueden contemplar en la exposición. La escasez de referencias documentales de Peeters convierte su obra en una fuente de información única para descubrir a esta pintora, contemporánea de Jan Brueghel el Viejo, Rubens, Snyders y Van Dyck; formando parte de un período de apogeo en la historia del arte europeo.